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¿ARROGANTE YO?

Abril 15, 2018 by Natalia Bullon Leave a Comment

Es curioso el ser humano.
Me causa gracia como somos y la cantidad de tiempo y esfuerzo que dedicamos a no ver.
Me causa risa y llanto a la vez ver cómo fabricamos habilidosamente distintas caretas para devolvernos a nosotros mismos la mirada que nos faltó en el pasado. La mirada de papá, mamá o de ambos. La mirada de la abuela a mamá, del abuelo a papá, la mirada de alguien a alguien.
Parece que en algún punto olvidamos de donde venimos, olvidamos parte de nuestra historia y decimos que es “historia superada”, y puede ser que sí, pero a veces detrás de esa frase “ya lo superé” hay un dolor no visto y un sufrimiento por los pocos medios y herramientas que tenemos para sacar afuera nuestro llanto.

La experiencia humana implica sufrimiento. Y no lo digo yo, lo dicen todas las tradiciones espirituales más antiguas como el Budismo, Hinduismo e incluso el Cristianismo. Esta última, habla de la expulsión del “paraíso” y a partir de allí llevamos el dolor de la separación de lo divino. Somos “descendientes” de los primeros habitantes Adán y Eva y llevamos en nuestra psique el dolor y la tristeza de haber cometido un error, de no ser dignos, de ser separados de la felicidad de nuestra madre y padre hecho uno: “el edén” o “padre (Dios)”.

Para sobrevivir en este mundo hacemos lo mejor que podemos. Nos volvemos expertos en evitar el dolor e inventar estrategias para sobrevivir, una de esas es la arrogancia.
El ser arrogante desde un lado de la moneda es esta sensación de ser el centro del universo, no me importa nadie más que “yo”. Si alguien me mira mal entonces debe ser porque tiene algo “conmigo”. “Yo” no le caigo bien. No me quiere saludar a “mi”. Si me insultó es porque me odia. ¿Cómo se atreve a insultarme a “mí”?. Si se fue de la relación es porque “yo” fui muy intensa, fui muy insensible, fui muy poco expresiva, muy neurótica, bla bla bla. “Yo” fui o no fui.
Si se quedó conmigo es porque es para “mí”, porque se quedó por lo que “yo” soy.
Si me ascendieron es porque “yo” lo hice bien, lo logré a base de logros, cualidades que “yo” tengo.
Yo el centro del universo.

Sería bueno tomar perspectiva de mi propio ombligo y preguntarnos
¿Será que soy tan importante?
¿Acaso no podría ser que la causa simplemente no sea “yo”?
Que seamos conscientes de que el mundo se mueve en constantes causas y condiciones más allá de nosotros.
¿Es posible que podamos ver que somos un grano de arena en el infinito desierto y que somos lo que somos por las interacciones con los demás, con todo lo que existe?

No somos tan importantes:
Ni para lo bueno que me pasa,
Ni para lo malo que me pasa.

Ni para lo bueno porque no somos la única causa por lo que suceden las cosas, no somos “nosotros” por lo que se quedó mi pareja, no somos “nosotros” por los que nos contrataron. Somos sólo una variable en la larga ecuación. Los sucesos de la vida ocurren porque la vida necesita transcurrir a través de nosotros para que se vea a si misma, para que compense lo que no pudo ser compensado antes, para que en ese linaje se aprenda lo que no se aprendió antes. La sanación es sistémica no individual. No somos tan importantes para que seamos los únicos protagonistas de nuestras acciones y destino.

Ni para lo malo: No somos tan importantes para que seamos la única causa de lo “malo” que nos sucede, de lo que nos pasa. Estamos al servicio de la sanación colectiva, del entramado infinito de dar y recibir de donde no podemos escapar. Creemos que podemos escapar pero quizás sea mejor amistarnos con esa parte de nosotros, porque estamos constantemente al servicio de algo más grande, que no podemos entender con nuestra mente Homo sapiens sapiens.

La arrogancia se muestra a través del sentimiento de superioridad, narcisismo, centramiento en uno mismo y egoísmo pero también en el no sentirse suficiente para algo, no sentirse suficiente con uno mismo. Ambas actitudes aunque parecen opuestas tienen la misma naturaleza, el “centramiento” en mi mismo que hace que me vea inadecuado, que no soy “bueno” respecto a algo. De igual manera que en el narcisismo, aquí lo único que quiero es que me miren, que vean cuanto sufro.

Pero, si mi acción es un pequeña variable de la larga ecuación, entonces ¿Para qué sirve que haga o deje de hacer algo?.
Definitivamente vernos pequeños ante la vida no implica que vamos a comportarnos pasivamente.

El sentirnos como una pequeña variable nos permite ubicarnos en el lugar donde está la fuerza. Me veo como un ente resultante de múltiples interacciones y no me siento separado. Una flor no es flor porque nació de la noche a la mañana, una flor llegó a ser flor porque la semilla existió, creció en la tierra que permitió su desarrollo, le llegó agua, le llegó cuidado, y ella es el producto de muchos factores.
Siento que no soy un ser aislado del mundo, que soy todo lo anterior de la humanidad y que todos ellos viven en mí constantemente, y que yo, al ser quien está vivo, tengo la fuerza para vivir y “sanar” lo que los anteriores no pudieron. Los jóvenes siempre están al servicio de todo lo anterior. Lo nuevo está al servicio de lo antiguo porque gracias a lo antiguo, existe.

Me ubico en el lugar que tiene fuerza porque yo soy el pequeño y la vida, que me traspasa, es la grande.
Y allí en mi pequeño campo donde tengo poder, puedo generar un cambio.

Me centro en lo importante y en donde están las raíces, yo mismo. En el cultivo de mis intenciones más que en mis acciones, y no sólo en mi beneficio, sino en el de los demás, porque entendí que no soy un ser aislado del mundo y que mi parte del tejido repercute en el gran tejido de la vida.

Me oriento al no dañar a los otros como base y comienzo a construir a lo ancho, a construir redes y maneras en cómo beneficiar a la humanidad con mis acciones, con mi ser, con mi presencia.

No hablo del sacrificio y ser “buen” ciudadano y sentirme menos que los demás – los demás “todo” y yo “nada”- hablo de la fuerza que emerge de sentirnos menos auto-referentes con respecto a los eventos de la vida, de lo que se mueve más allá de mí.
Nos vemos tan pequeños ante la grandeza que somos fuertes como robles mostrando nuestro noble corazón, nuestra vulnerabilidad. Renuncio a todo el reconocimiento, al aplauso que viene del exterior (y por ende a la crítica) porque la única persona que puede saber que mis intenciones son auténticas y suman (antes que restan) soy yo.

La humildad es el brillante pulido de la arrogancia. Si no reconocemos nuestra arrogancia no habrá diamante en bruto que pulir, y no habrá diamante pulido. La belleza de la transformación es poder mirar lo que nos duele, y con compasión poder hacernos cargo de su crecimiento, cuidarlo como un jardinero cuida y espera pacientemente que la semilla de frutos. Paso a paso, con amor y cariño y sabiendo que el camino es largo, pero que espero lo mejor de esa semilla en esta vida o en todas mis vidas. No importa cuanto tiempo dure, renuncio al aplauso de haberlo logrado.

Cuando nos vemos atravesados por la música colorida de la humildad somos conscientes de que nuestras huellas dejan sólo una milimétrica huella en el camino de cien mil pasos, y que aun tenga la oportunidad de dejar sólo un centímetro de huella, aprovecharé mi oportunidad, lo que llega, lo que se va, lo que me hace danzar, lo que me hace llorar, todo entra y me transforma y todo tiene que ver con mi evolución, con la evolución de todo lo anterior a mí y con la evolución de todo lo que viene.

Soy menos importante y soy más feliz.
Porque me doy cuenta que soy sólo una piedra más de todas las existentes, y allí puedo comprometerme conmigo y con la vida en ser la auténtica piedra que soy.

Filed Under: Prosa Tagged With: ARROGANCIA, autoconocimiento, bienestar, BUDISMO, espiritualidad, HUMILDAD, integración, intención, life coaching, mindfulness, valores

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